martes, 6 de marzo de 2012

VIVIR EN SECRETO/INMANENCIA DE LA UTOPIA

La utopía se ha concebido siempre como eso que está por venir, ese acontecimiento cuya llegada está diferida en el tiempo y que hay que precipitar mediante la lucha contra el poder. Es esa finalidad por el momento irrealizada, por el momento inexistente puesto que carece de un topos en lo real. Ou topos... no lugar. Por extensión el tiempo va de la mano de lo utópico. Ou cronos... no tiempo: la utopía es a la vez ucronía: el lugar, el diferir y su realización, el espacio, el tiempo y lo real... siempre lo real. La utopía cae en las garras del tiempo porque ocurrirá no se sabe cuándo, pero lo hará si provocamos su advenimiento. La utopía es también presa del espacio porque debe realizarse. Muere entonces al querer hacerse realidad porque el espacio y el tiempo definen lo real... La realización de la utopía: éste ha sido el leitmotiv de los revolucionarios y su error, puesto que las utopías modernas poseen los mismos defectos que lo real, esa ontología en la que Occidente ha basado buena parte de su historia: entre otras cosas quieren ser universalistas, expansivas, verdaderas, racionales, incluso a veces científicas. Reales.


La utopía no debe realizarse. No debe definirse a partir de un topos y un cronos. La utopía acaba con ellos. Para ello debe abandonar la ontología y la fisicalidad de lo real. Si éste es universalista ella debe ser singular, puesto que aquél destruye toda multiplicidad; frente a la irreversibilidad expansiva de lo real debe ser restringida, pues éste es totalitario, se define como tal mediante la colonización de todo; debe ser desenvuelta frente a cualquier verdad, pues ésta es un orden de fundamentación y por tanto aspira a crear un suelo, un lugar, un espacio; debe ser no racional, pues no debe caer en la trampa del discurso, los medios y los fines; debe ser acientífica, pues la ciencia está al servicio de la objetivación del mundo; la utopía no debe ser materialista ni idealista, debe ser no productiva y no representativa.


La utopía es ahora, es siempre ahora, es aquí, está siempre aquí. Como Baudrillard afirma utópicas fueron las herejías que proclamaron el fin de los tiempos en la Edad Media, condenadas por una Iglesia que quería mantener su lugar y su tiempo relegando para ello al final de la historia la llegada del Mesías. Aquéllas anunciaron el advenimiento del Paraíso aquí y ahora constituyéndose como comunidades cerradas, iniciáticas, fuera del mundo (real). Por eso fueron exterminadas. Utopistas también fueron los ludditas, que proclamaban la destrucción del nuevo orden maquinista -aceptado en cambio por el mesianismo marxista que proclamaba la parusía en un futuro de condiciones objetivas maduras y hermanándose de repente con la religión cristiana-. Así lo fueron las sociedades salvajes: órdenes implosivos, centrípetos, ensimismados en su irrealidad, su inmaterialidad, en la evanescencia de su ciclo simbólico, sus rituales de inclusión de un mundo polimorfo y que vive en el Destino...


Vivir en secreto: las revoluciones no existen. Sólo son una ilusión totalitaria, un mecanismo más de perpetuación de ese algo mucho más fundamental que lo que cualquier teoría política, filosófica o científica cree definir como verdad: la trampa de la ontología y la fisicalidad de lo real, el mundo de paredes de cristal, la cronotopía que cubre todo el espectro de la vida regulando el campo de lo concreto a lo abstracto, de lo micro a lo macro, de la vida a la muerte, del sistema y su alternativa revolucionaria, subversiva o como se le quiera llamar… La utopía es la regla iniciática y esotérica, la vida secreta gracias a la que podemos acceder a la espuma de la vida... Debe ser una comunidad de conspiradores que co-inspiran, que respiran en un universo inclusivo y centrípeto que genera otra dimensión distinta a la de lo real, heterogénea, más allá de los señuelos que éste le ofrece a fin de absorberla y como en los mitos antiguos convertirla en piedra, en estatua de sal, objetivarla a imagen de su materialidad e idealidad y asimilarla cuando aquélla se plantea erróneamente hacerle frente… La utopía sólo debe responder al sistema con su silencio, con su indiferencia, con el murmullo de su risa, su gozo y su juego rabioso y feliz…


No queremos una vida, queremos un Destino… Algo que es mucho más que la banalidad de la linealidad de la vida, de su origen y su fin reales. Para ello la palabra, el gozo, el mundo deben circular como los dones en el intercambio simbólico, como en el kula melanesio que imantaba todas las islas en el ciclo de dones y contradones que actualizaba ese limbo sagrado de irrealidad totalmente ajeno a nuestras leyes del mundo y de lo social; debe reencarnarse en la conspiración de lo que permanece y sin embargo es efímero, de lo que es real siendo evanescente, de lo que tiene el mayor valor sin tener precio, de las reglas de la complicidad, la paridad y la obligación. Debe integrar al universo sin límites en el círculo limitado de los implicados, debe ser un crimen contra la realidad por ausencia, por desaparición, por acción del vacuum de toda su ontología, de su disolución, debe contener huracanes adormecidos en la brisa que mecen unas alas de mariposa y desencadenarlos a partir de un susurro…


Vivir en secreto: la utopía puede estar plenamente actualizada, hecha presencia en lo real. No choca con él porque es otra cosa, es una Alteridad Radical, pero para revelarse exige duplicidad con aquél: lo real es sólo una costra, escoria, el residuo de la Ilusión... Podemos ser reales por fuera pero por dentro estamos hechos de Destino, de formas risueñas y crueles, puras e indiferentes, leves y estilizadas como los cirros que peinan el cielo… Todos somos conspiradores.


Vivir en secreto: la utopía jamás puede ser política. El poder es una ruptura de la sociedad, una instancia que se erige sobre la muerte de la comunidad, secuestrando la soberanía que ésta detenta sobre la muerte para condenarnos a una vida perpetua bajo pena capital: vivir se convierte en un castigo. En consecuencia la verdadera pena de muerte es morir de pena por no poder ejercer nuestra soberanía, la que se detenta sólo cuando estamos expuestos a la vida pero también a su pérdida… El poder, sustrayendo la muerte, la desaparición, la evanescencia, condena el mundo de las apariencias e inicia su empresa de construcción, de producción de un mundo que no conoce el juego de las apariciones y desapariciones, de la levedad: una realidad de plenitud opaca, de acumulación, de expansión desbordada e irreversible, de opacidades cerradas a las que llamamos identidades…
El poder es sólo el Dueño del residuo, de lo que convertido en escoria ha arrancado a la Ilusión. Por eso sólo produce realidad, que es la materia muerta y amontonada de la utopía, de la elisión: Elisión = Ilusión. Por tanto ir en contra del poder es caer en la ilusión de lo real, cuando la utopía debe mostrar lo real como ilusión… Ese es el sentido estricto de la palabra utopía: ella es nada y no se mezcla con la realidad. Hay que ser consecuentes con ese significado: seamos nada, juguemos con lo que en nosotros siente la atracción de la nada, del perderse para así vivirlo todo... Sólo de esa forma puede abolirse lo real: mediante la inmediatez y la permeabilidad, mediante la actualización del presente en la evanescencia del habla, del gesto, del cuerpo, de las miradas, del goce, del juego, de lo fasto y nefasto reunidos de nuevo mediante la pérdida y la disolución de la identidad separada y separadora: sólo entonces la dimensionalidad irreductible de lo real, su materialidad e idealidad objetivas pueden ser disueltas como en el arte arden los signos, como en el acto amoroso los amantes se pierden, como las palabras se disuelven en el aire cuando son dichas…


“La utopía no quiere más que la palabra, para perderse en ella”
Jean Baudrillard




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